REVELACIÓN
Empecé a escribir a raíz de la enfermedad de mi madre la noche que la desahuciaron por un fallo sistémico.
Con mi madre entubada en una sala de observación del hospital, llena de aparatos que me ponían en alerta con cada cambio de secuencia de pitidos, fui escribiendo la historia de estos últimos años donde mis hermanas y yo hemos descubierto una nueva forma de vivir, resistir y crecer con mi madre de liebre en esta inédita carrera.
A lo largo de este tiempo hemos vivido la evolución de su enfermedad como una contradicción donde la alegría de superar obstáculos desconocidos hasta hace simplemente unos pocos meses, ha sido el combustible de nuestra existencia.
En esa primera noche febril, con los sentidos vigilantes, escribí casi veinte páginas y un título que incluso hoy me gustan. El corazón escribe mejor que él más aventajado artesano de la escritura.
Al día siguiente, mis hermanas y yo, sin saber por qué, mudamos de ánimo. La presión de una noche al borde de la muerte nos condujo a un extremo de exaltación y optimismo. Nuestra madre había superado la primera prueba.
Nos fuimos liberando de la angustia compartiendo las anécdotas que de joven nos contaba con cara de pillina cuando tuvo a su primer novio, o muchos años atrás, cuando siendo una niña ya era el trasto de la familia. Mientras recordábamos estas historias, sentíamos como su semblante se suavizaba. Era un deseo que se materializaba con cada cuento y cada carcajada.
Y entonces cambié la figura narradora. Mi madre era la cronista desde esa masa amorfa del tiempo que es ella misma, donde ve a los personajes dentro y fuera de sí misma en una ósmosis perfecta. Donde el tiempo es confuso, elástico y tridimensional.
Sin darme cuenta creé una protagonista fantástica, mi madre, la de antes envuelta en la epidermis de la de ahora. Una persona diferente que se ha construido para superar la enfermedad creando a veces caracteres duros, otras desinhibidos, con un lenguaje procaz, o suavizado con una sonrisa, e incluso, un ¡gracias, hija mía!
Una personalidad sorprendente que supera las peores crisis de salud con un apetito por la vida incomparable, y también por la comida.
Y la historia ha ido fluyendo desde la cama del hospital hasta su niñez subida a un tronco de árbol con su hermano mientras castiga a los gatos a pura pedrada, para luego trotar con su silla de ruedas frenada sin que le importe aplastar pies de visitantes y ayudantes, y concluye en su pueblo, que nunca olvida, cantando con su padre piezas de zarzuela y coplas.
En un segundo atrapa tu móvil y sonríe maravillada escuchando las voces de sus nietas que están a miles de kilómetros y la felicitan por sus noventa añazos.
Y esa sonrisa que lo puede todo, que lo consigue todo, a mi también me atrapa, y termino escribiendo sobre ella porque ahora ella soy yo y yo soy ella.