Primera Pastilla - 30 de noviembre 23
Después de noches y noches de pesadillas coronadas con un bocata de calamares servido con una cerveza bien fría de espuma chorreante, dejé de soñar. O tal vez seguí soñando, pero mis quimeras cambiaron. La primera noche sin aros de calamar rebozados y empanados en una pistola de pan, fue como registrar un encefalograma plano. No sentí ni olí nada, ni siquiera el tráfico pesado de mi calle, ni el movimiento de mi cama al compás de los sismos casi imperceptibles de la cordillera.
Pero yo sabía que algo había cambiado para siempre. Me levanté y me fui a la cocina. Saqué tres huevos de gallinas mapuches, huevos de colores, y una bolsa de papas chilotas. Hice una maravillosa tortilla de papas arco iris con todos los colores de la tierra y especiada con merkén. Me la tomé fría con el segundo café expreso hecho en una cafetera italiana. Café Juan Valdes ponía el paquete de granos que acababa de moler.
Jacinto y sus compañeros, quizás también soñaron con bocadillos de calamares con pan de barra, o con arroces de la huerta valenciana, o con tortillas de camarones regadas con vinos generosos.
Pero ellos decidieron un tránsito más valiente que el mío. Se pertrecharon de cazuelas y buenas viandas, y llamaron al espíritu del adelantado don Diego de Almagro para que guiara sus pasos por la ruta sur del camino del inka hacia el Fin, hacía Chile.
Salvaron traiciones, peligros, un clima de verdadera mierda y el miedo. Miedo a haberse equivocado.
Pero no cejaron en su empeño de aprender, asimilar y crear. Y crearon una cocina nueva y hermosa con la mejor huerta, con el mejor mar y con las vicuñas y los llamos más sublimes de la tierra. Unieron la cocina de dos mundos para crear una nueva historia, la suya, la historia de los que se atreven al destierro y vuelven con los bolsillos llenos de semillas para germinar en nuevas tierras.