HISTORIA DE UN FOLLICIDIO

Brujuleando hace unas semanas por el Diccionario de la Lengua Española he tenido que dar la razón a un amigo: follar no significa fornicar. Significa soplar, componer en hojas, hollar o destruir y no es sino hasta la cuarta acepción que el diccionario se alinea con el 95% de los hablantes, que la usan como sinónimo de echarse un buen polvo, o coito, como señala tan ilustre diccionario.

Se preguntarán ustedes qué me importa a mí lo que diga el DLE. A eso les contesto que me interesa y mucho ser lo más certero porque he decidido inventarme una nueva palabra para explicar la historia de mi vida: la historia de un follicidio.

Echando mano del latín, tan socorrido en estos momentos, este nuevo vocablo atrabiliario está compuesto por follar y cidio, este último procedente del verbo latino ceadere que significa matar.

Por lo tanto, mi nueva voz significa muerte a polvos, morir o matar por follar. Y todas estas cosas las he vivido. Y así comienza la historia de mi follicidio.

CÓPULA

Cinco años atrás me encontraba terriblemente aburrido. Llevaba semanas que no me pasaba nada interesante, si podemos llamar interesante a echarse un buen polvo. Vivía en un desierto donde lo que esperaba no era que lloviera, ni siquiera café, lo que deseaba era un buen meneo. Pero de los de antes, de los que no se olvidan en semanas, de los que no puedes contar porque eres un caballero pero que rememoras por la noche, de forma golosa, para sacarte la abulia de noches enteras haciendo el amor por compromiso, por aburrimiento, o porque caducas.

En esas disquisiciones me encontraba cuando me acordé de la gestora de mi plan de pensiones. ¡Bendito Freud! La llamo sólo por el placer de aumentar mis ahorros con una visión evocadora ante mis ojos.

Marina es una petisa medio colorina generosa de sonrisa y de escote que se mueve con gracia en esos pantalones elásticos negros que no dejan nada para la imaginación excepto para la mía.

Se presentó con su movimiento cadencioso y la mirada de gata que sabe lo que quiere. Sin darme opción me enchufó el plan que le convenía mejor a sus honorarios

Mientras me hacía firmar un montón de formularios, Marina me hablaba cantarina de una amiga que era un amor y estaba soltera. En esos afanes creí ver una caída de ojos nueva en su cara de muñeca. ¡Esa mina histriónica qué rica que estaba!

Sin hacer caso a su cháchara concentré mis sentidos en su escote que palpitaba cada vez que el ordenador pitaba, mientras su carne ondulante absorbía todo excepto mi hambre.

La invité a comer porque la alternativa era asaltarla en la mesa de mi despacho y eso podía conducirme a la muerte civil si la interfecta no asentía hasta grabarlo en acta notarial.

En el restaurante siguió hablando de su amiga, ¡mira que se ponen pesadas las mujeres!, así que le dije que sí, y las invité a ambas al día siguiente a un restaurante de gratos recuerdos.

Las encontré en el restaurante tomando un coctel italiano. Su amiga era morena, con un corte masculino. Un porte magnífico pensé, vestida de forma clásica, con traje de chaqueta con una falda que le trepaba por el muslo mostrando unas piernas bien dibujadas.

¡Vaya, Marina iba a tener razón y su amiga era mi tipo!, pensé mientras saludaba a las señoras con un beso al aire apuntando las mejillas.

Mientras esperábamos la comanda, acompañé a Lucia a los baños. En el camino, le mostré la decoración del restaurante basada en la Marina de mi país. Apoyada en la puerta del baño, me confesó que si no se daba prisa se hacía pis sin remedio. Esa franqueza tan europea para confesar nuestra humanidad me terminó de conquistar.

Sin hacer el menor caso a las muecas de Marina, atacamos los platos de pescado con hambre y ganas de seguir conversando. Para que la charla no decayera mantuve las copas de las damas siempre llenas. Por eso, y porque realmente la morena me gustó y quien sabe qué podía pasar.

Le pregunté que hacía tan lejos de su tierra y la Celestina contestó por Lucia. Es una cantante estupenda, deberías escucharla algún día me dijo. Le pedí que me cantara algo, y sin más insistencia, cantó una canción vieja, con sentimiento, pero también con una técnica más que pasable. Me la imaginé liberada de las restricciones del barrio alto, y la encontré, simplemente, irresistible.

Al finalizar la cena las conduje a mi coche para continuar nuestra fiesta. La colorina estaba que echaba las muelas y ausentes sus mohines seductores. Para una vez que estaba con dos beldades, una de ellas estaba celosa, ¡increíble lo que me estaba pasando! pensé mientras sonreía para mí.

Para molestar a Marina y también porque realmente lo deseaba, invité a Lucía a llevarla a su casa para seguir disfrutando de la música. Mi genio pelirrojo me interrumpió diciendo indignada que sólo ella llevaba a Lucía a su casa. Lucía la miró divertida, pero me prometió que se pasaba por mi oficina al día siguiente para continuar hablando de proyectos y música.

Al salir del coche olvidó su mano momentáneamente en su asiento y yo la atrapé, inundando mi piel con su aroma. Un pequeño detalle que dejó mi alma asida en la esencia de su perfume.

CONCÚBITO

Lucía me llamó para invitarme a picar algo en un local nuevo. Su llamada me sorprendió, había olvidado su promesa, pero su voz de locutora, con ese timbre que me arrastraba a tierras lejanas, me hizo olvidar las horas de espera hasta su llamada.

Corrí a casa, me duché y acicalé como un lolo de quince años.

Lucía llegó con unos jeans pintados a mano, una blusa de seda de colores cálidos, una chaqueta azul plomo y unos zapatos rojo vino. Estaba perfecta.

Nos acercamos al local, pero al ver la cola inmensa de gente esperando, no hizo falta ni una palabra. Pidió un Uber y me llevó a otro local en la otra punta de la ciudad. Al llegar pedían santo y seña cosa que entregó como si fuera lo más natural del mundo.

Atravesamos una multitud de salones atiborrados de objetos de coleccionista con montones de gorras y sombreros militares de todas las partes del mundo, amenizado con marchas militares.

En la barra pidió dos cervezas alemanas y dos codillos.

Las cervezas volaron rápidamente, pero los codillos quedaron vírgenes en los platos. Me guiñó un ojo y me dijo sonriendo: ¡no sirven alcohol si no pides de comer!

La bebida con el estómago vacío actuó sobre nuestras vejigas obligándonos a acudir al baño al mismo tiempo. En el lavamanos me dio el primer beso.

No conocía a una mujer que supiera tan bien lo que quería, pero dejé que las cosas fluyeran. Lo que tuviera que pasar, que pasara. Al fin y al cabo, el péndulo estaba ahora en el poder femenino, pensé.

Salimos del local y me invitó a su casa. Entre boleros me entregué a aquella diosa que descubrió todos sus poderes en una noche de enajenamiento inacabable.

Dormida la dejé con una respiración suave y volví a mi casa para no convertirme en calabaza.

En la cama de mi habitación mirando al techo de madera recordé cada uno de los delitos contra la moral y las buenas costumbres que esa noche habíamos cometido con deleite, impunidad y reincidencia.

Aquella gasolina de recuerdos pensé que era inagotable, pero a la semana de aquellos hechos, ya estaba desesperado por recibir un whatsapp, llamada e incluso un SMS. Pero mi celeste presencia se había desvanecido.

Me fastidiaba reconocer que yo si le había enviado un par de mensajes idolatrando la noche mágica la misma madrugada de la gesta, pero sólo recibí el doble clic azul de su lectura.

La colorina leía mi mente, pensé contrariado, cuando sonó el celular, pero por una vez agradecí su llamada como agua de mayo.

Marina estaba tan desesperada como yo, no sabía nada de Lucía desde hacía una semana. La muy loca había creído que llevábamos todo ese tiempo follando hasta que en el trabajo de su amiga le dijeron que nadie sabía de Lucia desde el lunes.

Desde Carabineros nos llamaron a declarar.

Llegué tembloroso porque con casi absoluta seguridad yo había sido el último en verla y eso iba a provocar un montón de preguntas incómodas, pero estaba decidido a saber qué había pasado costara lo que costara.

Siendo presuntamente el último en verla y encima habiéndomela beneficiado, según palabras de la carabinera que me interrogaba, aquello pintaba a feminicidio. La paca no se enteraba de que el único delito que habíamos cometido los dos era el de follicidio y consentido por ambas partes, pero la oficial no dejaba de hacer preguntas bien morbosas.

Mi corazón se estrujó por la angustia de perder a la que ya llamaba amor de mi vida, pero también por la acusación de su desaparición.

Debía presentarme en 24 horas para hacer una reconstrucción de los hechos en la vivienda de Lucía. Estos tipos estaban realmente locos.

VÍNCULO

Me presenté para la reconstrucción hecho un manojo de nervios. La policía acompañada por el juez instructor daban fe de la apertura.

Cuando abrieron la puerta salió un olor a cerrado mezclado con la colonia de Lucía. Estaba todo tremendamente desordenado, los armarios abiertos con ropa tirada en el suelo, los cajones del salón abiertos y la cama deshecha.

Pero lo más impactante era el lavabo. Estaba prácticamente teñido de sangre ya reseca y había gotas de sangre en el suelo, en los veladores, en las toallas y hasta en la ropa de cama.

Se me heló literalmente el corazón.

El carabinero se volvió hacia mi y me preguntó si recordaba que Lucía se hubiera cortado con algo durante nuestro encuentro. Le contesté bastante indignado que evidentemente no me acordaba porque no había ocurrido, pero por lo que estaba viendo, alguien había salido a toda prisa dejando un reguero de desorden y en la precipitación se debía haber cortado con algo.

Al paco no le hizo ni pizca de gracia mi agudeza interpretativa de los hechos, y me dijo de forma bastante displicente: ¡ya veremos!

Tomaron el registro de huellas, mi ADN, y me dejaron ir a casa con la obligación diaria de presentarme en comisaría.

Lo que no pudieron encontrar fue el elemento punzante que había provocado esa sangría contenida.

En la tercera visita de control a comisaria la paca del primer día, que me había tomado cariño por mi cara de enamorado culposo, me contó casi al oído que ya tenían el resultado de las pruebas.

Había ADN mío, de Lucía deducido de los lápices de labios, pero también había ADN de una tercera persona.

Y lo que era más intrigante, la sangre pertenecía a esa tercera persona.

Por un lado, esto no aclaraba donde estaba Lucía, pero me dejaba fuera del foco de la acusación dado que la sangre no era de mi amada. Había una posibilidad, aunque fuera muy remota de que estuviera viva. Pero ¿por qué no aparecía?

A la semana de este descubrimiento me liberaron de la obligación de presentarme en comisaría. Tenían a otro sospechoso: Marina.

Marina confesó que había tenido una discusión con Lucía, una pelea de felinas. En la refriega se había caído contra el lavabo y cuando despertó, Lucía ya no estaba.

Se limpió la sangre como pudo y se fue a casa sin denunciar la agresión.

Durante estos cinco años he pensado en Lucia noche y día. A Marina la levantaron la acusación porque no había cuerpo luego no había delito. Yo, sin embargo, me he sentido culpable cada minuto por no buscarla 24 horas después de nuestro encuentro follicida.

Por orgulloso, para que no creyera que estaba loco por sus huesos, para que no juzgara que me había atrapado sin remedio, no la llamé, no la busqué. Solo me enojó su silencio.

Hace unas semanas, Lucía apareció. Supo que Marina estaba viva porque la vio activa en whasapp y se atrevió a llamarla. Se enteró de todo, se contaron todo, se perdonaron todo.

Al ver a Marina en el suelo soltando sangre como un pollino, se asustó y se fue como alma que lleva el diablo a su tierra sin pensar en las consecuencias. Marina la había bloqueado antes del encuentro de todas las redes sociales por una discusión tonta que tuvieron esa mañana y nunca se atrevió a usar el teléfono ya que es un medio muy poco considerado hoy en día.

Y yo que soy el tercero en esta historia, no volví a buscar el amor furtivo ni aventuras que arrastraran mi alma a escenarios de conquista y goce. Follé todas las noches con mi santa por aburrimiento y por obligación. Pero nunca olvidé a esa divinidad del sexo que solo en una noche me trasladó a lugares insospechados de placer y búsqueda.

Y así, por un follicidio único y maravilloso fui culpado de … un casi feminicidio.

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