Cuarta pastilla de caldo literario– 21/12/2023
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Vuesa merced Viejito Pascuero, le ruego que no haga caso al cagalindes de don Diego ni a mi bien amado pero equivocado hijo putativo Lautaro. Mi nombre es Pedro de Valdivia, Gobernador del Reyno de Chile en el nombre de su serenísima Majestad el Emperador Carlos V.
Vuesamerced conoce los forzados trabajos que soporté en vida para conseguir que la fértil y feraz tierra chilena incrementara y formara parte de las riquezas del mayor imperio nunca antes conocido, el imperio español. Soporte las maledicencias y engaños de mis siempre inferiores enemigos, soporté las emboscadas de fingidos amigos y colaboradores, soporté la lucha desigual, soporté el proceso que me pudo costar vida y hacienda arrebatándome lo que más quise después del servicio a mi Magestad: el amor a mi valiente y leal Inés. Todo lo soporté incluso la muerte a manos de mi hijo, paje y palafrenero.
¡Huye, Valdivia, huye! gritaba mientras muerte me daba. Pero lo que no voy a soportar es que este traidor, embestido en héroe por la crónica de un compatriota, coloque en la portada de su libro a un inca por muy grande que haya sido en lugar de a su señor y padre, don Diego de Valdivia. Ese felón cree que las cazuelas y los majaos van a ablandar mi corazón, pero todavía le falta tragar mucho hollín para que gane una estrella Michelín.
Empeñoso es, pero también ladino, así que hago probar todos los platillos antes de yo tocarlos, que ya nos vamos conociendo. Como catador he elegido al otro zupay o diablo, a don Diego para que entre ellos se arreglen. Ahora bien, Viejito, en mis letras verás que soy hombre reposado y no como estos dos trasgos, pero también de doliente corazón. Lo que realmente me apena no es la afrenta de ser olvidado por ese hijo del averno en su reencarnación culinaria, lo que me desgarra el corazón con mil cuchillos es no haber podido ser padre y mi Inés madre de este demonio astuto. Que muchos creerán que Lautaro estaba sometido a mí por las leyes del honor entre pueblos, pero yo lo quería como hijo, el hijo que la naturaleza nunca me dio.
Que para una vez que me enamoro tiene que ser de una mujer que maneja mejor la espada que el abanico, así que imagínese, si no es afrenta a Dios, lo que eran nuestras coyuntas. Con mi muerte dejé huérfano y dos viudas. Mi pobre Lautaro era tan pendenciero y temerario que me acompañó pronto en este mundo, el de los muertos, pero mis dos mujeres, la de los papeles y la de cuerpo, ni los sismos de Chile pudieron con ellas, y allí fue que a ambas la tierra las cubrió después de una larga y próspera vida, haciendo honor a mi testamento vital.
Viejito, venga pronto a verme y a compartir un destilado que me ha preparado este traidor: pisco lo llaman y no me pregunte de donde viene que tengo un duelo con los Pizarro; el cielo es muy pequeño para estar todo el día con afrentas añejas. Desta ciudad del cielo, en diciembre del año dos mil veintitrés, Viejito Pascuero. Muy humilde súbdito y vasallo que sus sacratísimos pies y manos besa a veintiuno, de vuestra Magnanidad, Pedro de Valdivia.
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